BEERBELLYS – “Beerbellys Bop” (Cambayá Records, 2005)

Llevaban tiempo anunciándolo y hoy, por fin, ya lo tengo en mis manos. Se trata del disco de debut de los Beerbellys (anteriormente conocidos como Beerbeallies. Han cambiado el nombre al enterarse de que hay otra banda llamada así). El CD refleja bastante bien el sonido de la banda: Rockabilly-español-del-de-toda-la-vida. Una música que recuerda a finales de los ’80 y principios de los ’90, época plagada de grupos que hacían Rock & Roll y Rockabilly en castellano. Unas bandas que son ya parte del acervo musical de todo Rocker entre los 25 y los 40. Gente como Los Rebeldes, Los Despiadados, Lucas y Los Patosos, Descapotables o Rock’n’Bordes. Precisamente de estos últimos escucho bastantes ecos en el disco de estos cuatro malagueños, tanto en sonido como en actitud. Y es que los Beerbellys tienen mucho de Teddy Boys castizos y practican un Rockabilly cañero, bailongo y saltarín, con letras canallas que son en sí mismas declaraciones de principios: Rock’n’Roll, tías y sexo, desengaños, alcohol a litros y otras sustancias (entrando de lleno en el tema de las drogas en la cojonuda “No pudo ser”), la “mala vida”, el juego y, por supuesto, la voluntad de ser libre para disfrutar de lo salvaje y auténtico, en el límite, sin hacer caso a los papanatas bienpensantes ni a las novias que pretenden que te cortes el tupé, te afeites las patillas y vivas una vida convencional, absurda y aburrida. Oh yeah!

Johnny Iguana (voz), Juan López (guitarra), “Smaily” Antonio (contrabajo) y Ezu (batería) se han currado un disco que se escucha de una sentada. Abren pegando fuerte con “Tiempos locos”, una reivindicación del Rock’n’Roll en castellano (aunque en el CD hay también temas en inglés, prevalece la lengua de Cervantes y de Bruno Lomas). El disco contiene un poquito de todo, aunque son mayoría los temas cañeros en la línea rockera más purista como el mencionado “Tiempos locos” o el que da título al CD. También hay sitio para las rancheras (“Reyes y dueños”), las baladas (“Buscando tu luz”, preciosa, que les ha sido cedida por Carlos Segarra) y, cerrando el disco, una instrumental surfera macarra (“Planet waves”), género muy de moda actualmente en el universo Rockin’ (por cierto, qué pedazo de guitarrista de Rock & Roll está hecho Juan). En cuanto a las versiones, destacar “Mi suerte es ganar”, una estupenda adaptación de un tema de Carlos & The Bandidos, lo que ya de por sí es una garantía de calidad. También han incluido el “Teenage Boogie” de Webb Pierce, todo un clásico, y, poniendo de manifiesto su orientación Teddy Boy, el ya mítico “Teddy Boy Boogie”, de Crazy Cavan’n’The Rhythm Rockers, al que cambian el ritmo, empezando lento para luego acelerarlo bastante.

Resumiendo: se trata de un CD muy recomendable. Parece que Cambayá no se está portando muy bien que digamos a la hora de promocionarlo, pero no pasa nada: ahí están estos cuatro forajidos echándole mucha ilusión y ganas y tocando en todos los garitos que se ponen a tiro, estén al lado de casa o a 500 kilómetros. Ánimo Beerbellys, y enhorabuena: habemus bandam. ¡Los Beerbellys están aquí para quedarse!



Roberto Blanco Tomás.
Publicado en la revista electrónica "Cuantoyporquetanto"

THE BRIAN SETZER ORCHESTRA – “The Ultimate Collection” (Surfdog Records, 2004)

Joder, parece que fue ayer y ya llevan unos cuantos discos alegrándonos los tímpanos. Recuerdo cuando escuché el primero de la Brian Setzer Orchestra, aun no repuesto del fin de los Stray Cats, y flipé por un tubo. Vaya si la lió el rubito de bote. Como que se volvió a poner de moda el Swing.

Todo esto viene a cuento del último posavasos de la orquesta. Cuando llevas ya algunos discos, la peña te conoce, has hecho unas cuantas giras y te han dado varios premios, no viene mal pararse y echar un vistazo a tu carrera. Otro habría publicado un recopilatorio, a lo mejor de esos que incluyen una o dos demos para enganchar al personal, pero el amigo Setzer tiene que marcar siempre la diferencia y demostrarnos una vez más que con él rompieron el molde. Total, que saca este “Ultimate Collection”, un CD doble con dos conciertos de su banda: uno del  principio de su carrera, en el Festival Internacional de Jazz de Montreal, y el otro grabado en el 2003 en Tokio, después de haber obtenido ya tres premios Grammy. El antes y el después de una banda excepcional. Y como es tan excepcional, no hay una gran diferencia entre ambos. No se puede decir: “hostia, han mejorado”, porque ya eran mejores cuando empezaron. Y lo siguen siendo.

Los dos directos suenan de puta madre. Esto es importante, porque todos sabemos que cuando uno compra un directo se la está jugando: si no lo hemos escuchado antes no sabemos cómo va a sonar, a lo que hay que añadir que el handicap de los directos es que, al contrario que los discos de estudio, están pensados para que la gente, además de escuchar, vea el espectáculo. Metiéndolo en un CD siempre te va a faltar la mitad. Bien, pues esto no se nota en el disco que nos ocupa: suena dabuti y tiene un gran poder evocativo, pudiéndote imaginar perfectamente lo que no ves.

Hay que decir que la Brian Setzer Orchestra no es propiamente una banda de Jazz: es Brian Setzer tocando con una banda de Jazz, y eso le confiere unas características particulares: es claramente la banda de Brian, un proyecto personalísimo que funcionaría cambiando a los músicos, pero no sin Brian Setzer. Su carisma prevalece, su querencia rockabíllica resulta manifiesta y es incontestablemente la guitarra quien manda. Lo que oímos en sus discos es, pues, Rock & Roll con acompañamiento de Big Band, cantado estilo crooner con un abanico de referencias sonoras que van desde el Jumpin´ Jive hasta el Surf, pasando incluso por el Psychobilly.

Analicemos los conciertos de forma separada, no porque sean diferentes, sino para darle algo de orden a la cosa. En el de Montreal la banda está recién creada, lo que se nota en el repertorio: mayor número de versiones, temas Stray Cats (“Rumble in Brighton”, que aquí se convierte en “Rumble in Montreal”; “Rock this town”, con un solo de lo más energético, la única que se repite en el segundo concierto; y la versión de “That mellow saxophone”, que los Stray Cats grabaron en su primer LP como “Wild saxophone”), que también serán parte importante del segundo disco (evidentemente su público siempre espera que Brian toque algo de su mítica banda de Rockabilly), y también otros temas de orientación aun muy Rocker (“Good Rockin’ Daddy”, de Richard Berry; “Your true love”, de Carl Perkins; “Brand new Cadillac”, de Vince Taylor). Abre y cierra el bolo con instrumental (abre con el tema de James Bond y cierra con “Honky Tonk” de Bill Doggett). Es difícil destacar algo, ya que todo es destacable, pero me mola especialmente “My baby only cares for me”, composición de Brian muy elegante estilo crooner; “Ghost Radio”, compuesta a medias entre él y Joe Strummer, flipante, en lo que él mismo define como “Psychobilly Big Band”, y no veas si le pega; o la versión muy jazzística de “Route 66”, con su pedazo de solo y el alarde virguero de toda la banda. También hay un solo muy guapo en “As long as I´m singing” y lucimientos del rubito en plan crooner acelerado.

Y llegamos al concierto de Tokio, donde flipan con él (es como San Miguel, que donde va, triunfa). Aquí ya tiene un repertorio propio que lucir, lo que no significa que deje las canciones Stray Cats de lado, rescatando “Gene & Eddie”, muy coreada, por cierto; “Stray Cat Strut”, puro Rock’n’Roll con vientos Big Band, enlazándola con partes de “Pink Panther”, de Henry Mancini (la guitarra, soberbia, y un bestial solo de contrabajo); de nuevo el “Rock this town”, muy enérgica y con un solo atómico; y “I won´t stand in your way anymore”, que quizás sea el detalle peor de un disco cojonudo, ya que la canta con un poco de desgana, creyendo que fácilmente va a obtener el recurso emotivo sólo por recitar la letra, en un claro síntoma de apoltrone-de-estrella. Si no la hubiera tocado no hubiera pasado nada, pero Brian, no te preocupes: te perdono. De nada. Y ya que estamos, los coros en “This cat’s on a hot tin roof” sobran. Qué se le va a hacer.

Pero este disco también es la caña. Mantiene el Rockin’  en una versión muy clásica del “Mystery Train”, hace un soberbio solo en “Jumpin´ East of Java” y demuestra haberse ubicado más en el Swing/Jazz versioneando esta vez a Duke Ellington (“Caravan”) y tocando dos seguidas del repertorio de Glenn Miller: “Pennsylvania 6-5000” y “Gettin’ in the mood”, amén del “Jump, Jive an’ Wail” de Louis Prima.

Resumiendo y terminando, está la cosa a huevo: un disco de la Brian Setzer Orchestra es un acierto seguro. Ahora y siempre. Aquí y en Pekín. Y si el disco es doble, es un doble acierto. Píllalo, no te defraudará. Todo lo que hace el Setzer es imprescindible.



Roberto Blanco Tomás.
Publicado en la revista electrónica "Cuantoyporquetanto"

LITTLE BOY ARNOLD & HIS WESTERN OAKIES – “10 years ridin’ this old train” (Sleazy Records, 2004)

Little Boy Arnold & His Western Oakies son uno de los pocos grupos supervivientes de la explosión Rockabilly de los ’90 en nuestro país, aunque realmente el superviviente es el propio Little Boy, ya que el resto de la formación actual es nueva. Su andadura comienza en Marbella en febrero de 1994, apareciendo como trío acústico (sin batería) al estilo Elvis, Scotty & Bill o The Johnny Burnette R’n’R Trio. Desde entonces, múltiples cambios de formación, bolos por todas partes, un par de EP’s y canciones en recopilatorios. El grupo queda orientado desde un principio en el rollo “Cat”, corriente dentro del Rockabilly empeñada en rescatar las raíces del sonido primitivo del género, allá por los ’50, justo cuando el Rockabilly estaba empezando a configurarse como tal y cuando aun la frontera entre éste y el Honky Tonk, el sonido Hillbilly o el Boogie Woogie era más bien difusa. El dato es importante porque no a todos los Rockeros de hoy les mola este estilo clasicista. Pero ahí está Little Boy, más conocido en su casa como Héctor Guerrero, consiguiendo cosas por las que muchas otras bandas matarían (popularidad en el circuito Rockabilly fuera de España, bolos en EE.UU....).

El CD que nos ocupa hoy es una recopilación que pretende servir de muestrario de lo que el grupo ha hecho hasta ahora, con 33 temas (la mayoría versiones) de 5 grabaciones distintas, con tres diferentes formaciones de esta banda marbellí-alicantina. Un repaso muy interesante a la historia del grupo, que los completistas agradecerán.

Lo primero que oímos al pulsar “play” son siete de los temas grabados en Marbella en el ’95 para su primera maqueta (de 8 temas), todos versiones de clásicos del Rockabilly como “I can’t loose” (S. Fisher), “Gone, gone, gone” (Carl Perkins) o “Pretty bad Blues” (Ronnie Self). La misma formación (Héctor Guerrero –voz y guitarra rítmica-, Sebastián Palma –contrabajo- y Emiliano Vera –guitarra eléctrica-) es responsable de los siguientes siete temas, sacados de su primer EP (“You won´t fool me anymore”, 1996. Sweet 50’s), ya con material propio entre las versiones, que suena más cañero que lo anterior. Terminando con las grabaciones de estudio, encontramos cuatro canciones más, grabadas ya en Alicante (septiembre, 2001), donde se mudó Little Boy tras casarse en Las Vegas, con nueva formación (Héctor Guerrero –voz y guitarra rítmica-, Roberto Guerrero –guitarra eléctrica- y Humberto Corrales –contrabajo-) y batería en una de las canciones (Mario García, en “I gotta go”), para su segundo EP (“I gotta go”, 2002. Sleazy Records) de tres temas: las originales “I gotta go” y “Feelin’ kinda lonesome” y la versión de Lonnie Smithson “It takes time”.

Todo lo que viene después (15 temas) es una muestra de cómo suenan en directo, también perteneciente a distintas épocas, para ver la evolución de la banda: 8 grabados en el Arena Club de Marbella en marzo del ’95 con la misma formación de su primer EP, de sonido algo chungo, y a continuación, para mí, lo mejor del CD: 7 temas grabados en directo en la CMR (Country Music Radio), una emisora londinense, el 13 de octubre del ’98, esta vez también con batería (Javier Sarmentero). En esta ocasión el guitarrista es Diego Araoz, Sebastián Palma repite al contrabajo y, cómo no, Héctor Guerrero –Little Boy Arnold- a la voz y la guitarra rítmica. Al ser un directo en la radio, los instrumentos se oyen algo bajos, sonando en comparación la voz bastante alto, pero resulta de puta madre y tiene el encanto de los viejos directos radiofónicos.

En líneas generales, el disco es un documento muy interesante para conocer a esta banda. Quizá sean demasiadas canciones para oírlas todas en una sola sesión, dado lo lineal de su estilo (no busques cosas raras: esto es Rockabilly clasicote sin ninguna otra influencia que lo distorsione). Creo que el disco sirve más bien como archivo de la evolución de este grupo marbellí-alicantino, que realmente lo consigue: suena 100% clásico. Da el pego: si te olvidas de quiénes son, crees estar ante una banda de algún lugar perdido de Mississippi (por ejemplo) en 1955, justo antes de que la cosa explotase. Sólo falta que Héctor pula un poquito más el acento y… Yiiiii-haaaa!!!





Roberto Blanco Tomás.
Publicado en la revista electrónica "Cuantoyporquetanto"

THE BRIAN SETZER ORCHESTRA – Boogie Woogie Christmas (Surfdog Records, 2002)

¡Qué cabrón! Esto es lo primero que pensé al escuchar el último trabajo del rubito de bote ex-cantante de los Stray Cats con su orquesta. De hecho, es lo mismo que pienso siempre que escucho por primera vez cualquier disco en el que esté implicado Brian. Y es que hay que ver cómo toca la guitarra el tío. El suyo es un sonido característico: cuando lo oyes sabes que es él, que no puede ser otro. Por eso siempre ha marcado estilo. Al principio de su andadura con los Stray Cats  ya hacía unos solos cojonudos, escribiendo un nuevo libro de estilo del Rockabilly, pero la cosa no se quedó ahí: según iban pasando los discos de los gatos descarriados, el sonido de su guitarra Gretsch se iba enriqueciendo, dejando cada vez la mano más libre y ganando en sofisticación. Con la Brian Setzer Orchestra ya fue el desparrame: sus solos se convirtieron en auténticas explosiones de color. Setzer sueña universos enteros con su guitarra, que no se limita a explayarse únicamente en los solos –nunca lo hizo-: Brian siempre ha acompañado su voz de crooner macarra punteando las cuerdas de sus Gretschs con elegancia.

El CD que nos ocupa hoy cumple a la perfección con todo lo que podemos esperar de la Brian Setzer Orchestra: una banda de Swing detrás de una guitarra eléctrica. Es ésta la que manda, la que dirige a la banda, compuesta por (aparte de Brian y su apéndice de seis cuerdas) batería, bajo, cinco saxos, cuatro trombones y cuatro trompetas. Toda una avalancha de vientos, algo que siempre gustó a nuestro hombre. No olvidemos que el primer instrumento de Brian fue el eufonio (una especie de tuba), que tocó durante diez años de jovencito. Es de esta época de donde proviene su amor por el Swing, por los instrumentos de viento y su idea de que sería cojonudo añadir una guitarra eléctrica a una Big Band, algo imposible en la época del Swing dado que las primeras guitarras amplificadas no tenían el volumen suficiente para salir airosas de un encuentro con una banda.

Bueno, a lo que íbamos: desde que Elvis sacó al mercado su Christmas album a mediados de noviembre del ’57,  grabar un LP de villancicos se ha convertido en una enorme tentación para todo Rocker cantarín. Evidentemente, no se trata de LP´s de villancicos tradicionales: la autenticidad rockabíllica exige adaptar éstos a un estilo más aceptable para el tupé medio (los villancicos en sí no son nada macarras. Esto lo sabéis, ¿no?). Brian los sitúa en su campo, en el que confluyen Swing, Boogie y Rock & Roll. El abanico de lo que nos ofrece en su nuevo posavasos es bastante amplio: tenemos temas tradicionales inyectados de marcha como O holy night o Jingle bells (en el que sustituye en algunas estrofas el oh what fun it is to ride in a one-horse open sleigh por ...in a ’57 Chevrolet. Un Rocker siempre es un Rocker, baby), temas del repertorio navideño de Elvis como Blue Christmas Santa Claus is back in town, un tema propio nuevo (So they say it´s Christmas), la suite del Cascanueces de Tchaikovsky como tributo a Les Brown y su Band of Renown, y la guinda: un elegantísimo dueto con Ann Margret (Baby it´s cold outside) que nos permite comprobar que la tigresa conserva su voz tan cálida y sugerente como siempre. Lo cierto es que Brian escoge de maravilla a las partenaires de sus duetos. Aun recuerdo aquel You´re the boss con Gwen Stefani, en el que la rubia cantante de No Doubt demostraba que si le daba la gana podía ser una soberbia Dama del Jazz.

En fin y recapitulando: Boogie Woogie Christmas (editado por Surfdog, a todo esto) es la banda sonora más macarra que se me ocurre para estas navidades y cualesquiera otras. No creo necesario ponerme a glosar las excelencias de este último (hasta la fecha) trabajo de la Brian Setzer Orchestra. Basta decir que es eso: la Brian Setzer Orchestra, sonando como siempre, al mismo nivel. Es decir: un acierto seguro.





Roberto Blanco Tomás.
Publicado en la revista electrónica "Cuantoyporquetanto"

¿Qué pasa con el Rock and Roll?

“¿Qué pasa con el Rock & Roll?”, te preguntarás al leer el título de este artículo. Pues nada, que hace poco se me ocurrió que podía ser una buena idea hacer una serie de artículos monográficos sobre los ídolos más destacados del Rock & Roll de los años cincuenta. Era una excusa estupenda para escribir sobre una música que amo; y si, de paso, gracias a estos artículos, algún lector descubre algún intérprete que no conocía o propicio su primer encuentro con un estilo musical espontáneo, excitante y macarra como pocos, que supone el principio de la música creada especialmente para jóvenes y el alga azul a partir del cual evolucionan todos los demás géneros, pues mira, sería cojonudo, tú.

Pero empezar hablando de cantantes me parecía iniciar la casa por el tejado. Pensé que sería más provechoso hablar antes un poco de qué es el Rock & Roll; cómo, cuándo y dónde surge y qué supone en la música y en la sociedad. De ahí la razón de escribir este artículo, que no pretende ser exhaustivo porque podría dar para un libro tan gordo como el de Petete. Sólo pretendo contar un poco de qué va la historia, para que os hagáis una idea. 

Vamos con los conceptos básicos: el Rock & Roll surge, simplificando bastante, de la mezcla de Country, Blues y Gospel, pero también con algunas (bastantes) influencias del Swing (los bailes, algunos aspectos instrumentales –p. ej. el uso de los vientos en ciertos temas y autores-…) y de los crooners (estética, personalismo del cantante, fenómeno de las fans…), todo ello en un contexto histórico (los EE.UU. como potencia mundial, la edad de oro del “American way of life”…) y social (racismo y segregación racial, el gueto, la aparición del “teenager” como segmento social y, por consiguiente, como consumidor…) determinados.

Vayamos despacito: podemos ver que en la mezcla hay dos tradiciones muy marcadas y bastante opuestas: la blanca (Country) y la negra (Blues y Gospel). Creo que está claro que no estoy descubriendo aquí el pan con tomate, pero conviene pillar la historia desde el principio. Evidentemente no se trata de que un día haya llegado un tío y haya dicho: “como me aburro de la hostia, voy a mezclar Country, Blues y Gospel, a ver qué pasa, Blasa”. Ni hay que atribuir la paternidad de la criatura a una sola persona, ni fue algo voluntario. Julia Kristeva, en su Teoría de la Intertextualidad, apuntaba que cuando creamos algo, no lo creamos de la nada, sino que siempre “copiamos”, aun sin darnos cuenta, de cosas que ya están inventadas y que forman parte de nuestro acervo cultural, cosas que conocemos y que constituyen nuestras influencias a la hora de crear. Así, los pioneros del Rock & Roll crean un estilo nuevo mezclando otros estilos que conocen y les gustan, unas veces conscientemente y otras sin querer. 

La pregunta que surge es: ¿cómo se da esta mezcla entre lo blanco y lo negro en una sociedad tan racista, clasista y segregada como la América de los cincuenta? Bueno, al ser una sociedad multirracial, aunque segregada, no se podía evitar que hubiese en ocasiones algún contacto, y la música no va a ser una excepción. Si a eso sumamos que la música negra es percibida por muchos blanquitos-ávidos-de-emociones-fuertes como salvaje, ardiente y sexy, esto explica la atracción que provoca en ciertos ambientes. Hay varios precedentes de contactos musicales entre las dos culturas: el ejemplo más claro lo podemos ver en el Swing y el Jazz de los años '30 - '40. Pero esto no va a ser nada comparado con lo que va a suponer para la sociedad yanqui la aparición del Rock & Roll: una patada en los huevos bestial y generalizada que va a llegar a todos los rincones y va a cambiar radicalmente el panorama. El Rock & Roll es revolucionario por los cuatro costados. No sólo se va a tratar de combatir la segregación, sino que además va a convertir la insatisfacción juvenil en revuelta, pero cada cosa a su tiempo. ¿Que exagero? Pues explícame tú por qué el New York Times titula en 1956 “El Rock & Roll es una enfermedad contagiosa”, o por qué el racista Consejo de Ciudadanos Blancos de Alabama declara ese mismo año que “El Rock es un medio para rebajar al hombre blanco al nivel del negro”. Qué pasote, ¿no? 

Pero contemos las cosas desde el principio: como en casi todo lo concerniente a la América moderna, tenemos que remontarnos al Crack del 29. He utilizado la palabra “América” para referirme a los USA (y que no se me enfade ningún amiguete de cualquier otro país del nuevo mundo) porque, aunque no es lo mismo, para el resto del mundo, sobre todo en esta época, sí lo es: el “amigo americano” que nos ayuda a levantar nuestra economía para luego vendernos sus productos e imponernos, de paso, su cultura, que termina siéndonos tan familiar como la nuestra. Esta es la razón por la que el Rock & Roll se extiende tan fácilmente por el planeta como invento genuinamente americano que es. Si lo hubieran inventado en Uzbekistán, ni nos hubiéramos enterado. 

Bien, pues a raíz del Crack del 29 las capas bajas de la sociedad se hunden en la miseria más absoluta y tienen que luchar duramente para no morirse de hambre. Pronto esta clase social es conocida como “white trash” (“basura blanca”, para distinguirla de la “basura negra”) y abocada a vivir en el gueto. Allí es donde negros y blancos (y, por lo tanto, sus respectivas músicas, elemento fundamental de la cultura de un pueblo) entran en contacto. Aunque los miembros adultos de la “white trash” se niegan a aceptar la música negra (no olvidemos que, pese a vivir en la miseria, su conciencia de “raza dominante” aún es fuerte), los jóvenes, habiendo convivido desde pequeños en la calle con los negros, no tienen tantos prejuicios. El Rock & Roll surge, pues, aquí, en el gueto, como música de integración.

Esto es mucho más patente en el Sur, donde hay una mayor segregación y la población negra es más numerosa. Vamos a ver una influencia clara de todo esto en el típico rockero de la primera generación: nacido a mediados de los '30, de extracción social baja y sureño en la mayoría de los casos. 

Pero todo lo que estoy contando no significa que el Rock & Roll sea un invento negro robado por los blancos. La aportación blanca es también fundamental: es la visión que tienen los blancos de la música negra, mezclada con los sonidos tradicionales blancos (Country), lo que crea el nuevo estilo. El Rock & Roll es blanco y negro, al 50% cada uno. 

Ya a principios de los '50 hay grupos que hacen Rock & Roll, aunque todavía no se llama así. Paralelamente, hay personas que se dan cuenta de la atracción que causa la música negra entre los blancos y el filón que esto constituye. La música negra era más explícita sexualmente que la blanca tanto en las letras como en los ritmos y esto le concedía un atractivo irresistible. Este interés de los blancos por los ritmos del gueto era comúnmente satisfecho por medio de grabaciones muy suavizadas de temas negros por artistas blancos sosísimos y babosos. Esto va a cambiar: varios disc-jockeys han captado ya la movida, entre ellos Alan Freed, locutor de Cleveland que descubre las posibilidades de los sonidos negros entre el público blanco y juvenil y se dedica a pinchar sin parar el nuevo estilo. Más tarde querrá atribuirse el invento, el muy fantasma, pero lo que no se puede negar es que su papel como difusor del Rock & Roll fue muy importante. 

Otros que se han dado cuenta del tema son algunos propietarios de sellos independientes (muy especialmente Sam Philips, dueño de Sun Records, que, como sabéis, descubrió a Elvis, a Jerry Lee Lewis, a Carl Perkins y a muchos otros), que inmediatamente se ponen manos a la obra, inaugurando un ciclo que se repetirá en todos los estilos de la música hecha para jóvenes: la iniciativa es de los sellos pequeños, que van por delante de las modas, de los que copian las multinacionales cuando ven, cuate, que aquí hay tomate; a su vez, cuando las multinacionales se hacen con el control de la movida, como suelen pervertirla creando un sucedáneo más flojo, surge una reacción y se repite el ciclo. Porque todos los movimientos del Rock (entendido aquí en sentido amplio) surgen en la calle y van de ésta a las multinacionales, de abajo arriba. Las multinacionales no se arriesgan: muerden cuando ven que funciona. 

Hacia esta época (principios-mediados de los cincuenta) la nueva música ya se llama “Rock & Roll” (“mecer y rodar”, claras connotaciones sexuales). Alan Freed dice que el nombre es suyo, pero yo no sé qué pensar.
Vamos con el otro factor social importante en el nacimiento del Rock & Roll: la aparición del teenager (adolescente) como segmento social diferenciado. Antes de los años cincuenta, ser adolescente era un coñazo; una fase previa a la edad adulta que todos querían pasar cuanto antes para disfrutar de las ventajas de ser mayor e independiente. Pero en los años cincuenta, época de bonanza económica y edad de oro del “American way of life”, la cosa cambia. La economía va mejor que nunca, lo que hace que haya trabajo de sobra y facilita el acceso de los adolescentes al mercado laboral. La misma bonanza económica permite la subida de los salarios y los adolescentes se encuentran, de repente, ganando una pasta gansa. Si al money le sumamos juventud para disfrutarlo, obtenemos que ser adolescente en esta época era la leche. En EE.UU. se puede obtener permiso de conducir desde los dieciséis tacos, y como el problema no son las pelas, pues los jóvenes tienen buga, y con él pueden disfrutar de la velocidad y de la independencia… y también del sexo. Con todos estos elementos está servido el conflicto generacional. “Yo, a tu edad, tal y tal y tal y tal…”. Pues vale, si tú lo dices. Porque, pese a ser la hostia, a los jóvenes de los cincuenta les siguen tratando como a críos y les intentan decir lo que tienen que hacer, pero a ellos nadie les pide opinión. 

Y ellos no han estado en la guerra, ni están de acuerdo con el mundo que sus padres les quieren dejar en herencia. Quieren hacerse su propio mundo a su medida. Una de las primeras manifestaciones de la insatisfacción adolescente había sido la aparición de la delincuencia juvenil a finales de los cuarenta. En los cincuenta esta insatisfacción ya se ve reflejada en la literatura y, sobre todo, en el cine (recordemos “Rebelde sin causa”, “Semilla de maldad”…). Cuando aparece el Rock & Roll, es inmediatamente adoptado como himno de batalla por la juventud. Un claro ejemplo: “Rock around the clock”, de Bill Haley & His Comets, es incluido en la banda sonora de “Semilla de maldad”. Cuando los jóvenes que han ido a ver la peli la oyen, se levantan y se ponen a bailar como locos en los cines. En varios, incluso, arrancan las butacas del suelo para tener más sitio. En algunos lugares hay hospitalizados por golpearse a sí mismos contra los asientos. En una ciudad, un grupo de jóvenes arrasa el cine y sale a la calle a seguir con el destrozo. El Rock & Roll obtiene fama de incitar la violencia y, cosa de esperar en la puritana Norteamérica, se le llega a considerar como “la música del Diablo”.

El esquema clásico del Rock & Roll está basado en guitarra, contrabajo, batería y voz. El cantante pone la voz, pero también el careto, ya que la imagen cobra una enorme importancia. No olvidemos que en esta época estamos en la etapa dorada de Hollywood, de las revistas ilustradas y de la consolidación de la TV como medio de comunicación de masas. El rockero adopta una pose arrogante, rebelde y desafiante. También los directos tienen gran importancia: fiestorros, conciertos… Ya conoces el dicho: la verdad del Rock & Roll está en el directo. 

La primera estrella del Rock, considerada ya como tal, es Bill Haley. Pero lo que pone todo patas arriba es la aparición de Elvis Presley. El Pelvis va a servir de catalizador, de rompehielos, para terminar de expandir el Rock & Roll por todas partes. Gracias a esto aparecen nuevas estrellas, nuevos ídolos: Jerry Lee Lewis, Carl Perkins, Eddie Cochran, Gene Vincent, Johnny Burnette y muchos más. El Rock & Roll va a enriquecerse y a englobar, como nombre genérico, a muchos otros estilos más o menos diferenciados del sonido original, pero pertenecientes a la misma escena: Rockabilly, Doo-wop, New Orleans, Teen Idols, Girls Groups, en continua evolución hasta nuestros días. También va a influir en muchos otros estilos. El río de la música juvenil que se inició así, continua hoy, imparable, su camino. Porque esta historia no se ha acabado, ni mucho menos. Keep on Rockin', baby. 

Roberto Blanco Tomás
Publicado en la revista electrónica "cuantoyporquetanto" en 2001.

Roy Orbison

La mayoría de la gente asocia a Roy Orbison con baladas tristonas y románticas. Poca gente conoce su faceta Rockabilly cañera. Y creedme: cuando Roy tocaba Rockabilly, colegas, sonaba de lo más macarra y no podías evitar como mínimo seguir el ritmo con el pie. Roy Orbison era más bien feo y no movía un músculo en escena, pero era un buen guitarrista y tenía una de las grandes voces del Rock & Roll, tenor capaz de dinámicos crescendos. Como todos los pioneros blancos del Rock, Roy empezó haciendo Country, pero, como siempre, empecemos esta historia por el principio.

Roy Kelton Orbison nace el 23 de abril de 1936 en Vernon (Tejas), aunque su familia se traslada pronto a la cercana ciudad de Wink. Como viene siendo habitual entre los pioneros del Rock que hemos visto, Roy se siente atraído por la música desde muy temprana edad. Será su padre quien le enseñe a tocar la guitarra. Ya adolescente, montará una banda bajo el nombre de The Wink Westerners, con la que toca Country por la zona. La banda evoluciona poco a poco hacia el Rockabilly, mientras que cambia su nombre por el de Teen Kings. Gracias a ser colega de Buddy Holly, el manager de éste, Norman Petty, escucha su música y le facilita una grabación en sus estudios de Clovis (Nuevo Méjico), registrando dos canciones: Tryin´ to get to you y Ooby dooby, que son editadas en el sello Jewel. No hay grandes ventas, pero Sam Phillips, dueño de Sun Records, les ficha. Ooby dooby vuelve a ponerse a la venta el 1 de abril de 1956, pero esta vez con Go, go, go en la otra cara, obteniendo un importante éxito. Después de esto grabará temas estupendos como Rock house, Sweet and easy o Domino, pero los siguientes singles van a ir fallando en las ventas uno detrás de otro. Tras haber prestado a los Everly Brothers una canción que le escribió a su esposa, Claudette, y que resulta un gran éxito, Orbison consigue un contrato en la RCA, compañía que le manda a Nashville para grabar bajo la producción de Chet Atkins. Esta etapa resulta poco fructífera: las nulas ventas de Almost eighteen y Paper boy hacen que la RCA le rechace, por lo que pasa al sello Monument, en el que se reedita Paper boy, con resultados pobres, y Uptown, que tampoco consigue gran cosa.

Casi desesperado, a Fred Foster, el dueño de Monument, se le ocurre variar la línea de Orbison, que abandona el Rock & Roll (lástima) y se pasa a las baladas, construidas éstas con un clima que iba in crescendo y aderezadas con instrumentos de cuerda y coros masculinos. Así, en 1960 alcanza su primer número uno y su primer disco de oro con Only the lonely. La fama de Roy desborda los EE.UU. y llega al Reino Unido y a Australia con nuevas canciones: Blue angel (1960), Running scared (1961), Crying (1961), Dream baby (1962), It´s over (1964) y el mayor éxito de su carrera: Oh, pretty woman (1964), que vendió más de 7 millones de copias en menos de un año y permaneció 3 semanas en lo más alto de las listas americanas en plena época de la invasión británica. En el Reino unido, esta canción proporcionó a Roy su segundo número uno directo (It´s over había dominado las listas británicas en la primavera del 64) y, como su predecesor, se mantuvo en las listas más de cuatro meses. Por esta época Roy era el único cantante americano que resistía ante la invasión británica. No contento con esto, él también invadía el Reino Unido, no solamente en las listas (como hemos visto), sino también haciendo giras regularmente por las islas, al principio compartiendo cartel con los Beatles.

Como vemos, Las cosas van bien y, en 1965, Roy firma un contrato de mucha pasta con la MGM. Pero lo bueno dura poco y la desgracia le tenía ganas al bueno de Roy. Nuestro protagonista y su ex-mujer Claudette estaban en pleno proceso de reconciliación cuando, al volver en moto de presenciar una carrera, tienen un accidente y Claudette muere en el acto. Orbison queda solo, destrozado y con tres hijos a su cargo. Más adelante escribirá una canción sobre el hecho, Too soon to know, que será un éxito en las listas británicas. Más desgracias: dos años después, en 1968, estando de gira por el Reino Unido, se produce un incendio en su casa de Tennessee en el que pierden la vida sus hijos Roy, de 13 años, y Tony, de 8. A partir de este momento, Roy no levanta cabeza. Reducido a tocar en clubes, vuelve a sus raíces Country y graba para Mercury y Asylum en los años setenta.

Dicen que el tiempo pone a todos en su sitio. A finales de los setenta, su reputación vuelve a subir. Este renacimiento se da al principio a través de versiones de otros artistas que se reconocen influenciados por su música. Linda Ronstadt fue una de las primeras con su versión de Blue Bayou (1977). Tres años después, Roy gana un Grammy por su dueto con Emmylou Harris (That loving you feeling again). Por esta época se va de gira con los Eagles. En 1981 ofrece un exitoso comeback show, al tiempo que Don McLean obtiene éxito con su versión del clásico de Orbison Crying. Al año siguiente triunfa otra versión de un tema de Roy, esta vez Oh, pretty woman, interpretada por Van Halen.

Pero el éxito de verdad va a volver a la carrera de Roy cuando su regrabación de su éxito de 1963 In dreams se convierte en un elemento principal de la peli de David Lynch Blue Velvet (1986). Después de esto, Roy ficha por Virgin y, con todas sus antiguas grabaciones embrolladas en procedimientos de bancarrota, Orbison decide regrabarlos. En 1987 entra en el Rock & Roll Hall of  Fame y se convierte en miembro de los Traveling Wilburys, con Tom Petty, Bob Dylan, Jeff Lynne y George Harrison. Su música está en auge y Orbison graba un especial para la tele titulado Roy Orbison and friends: a black and white night. Entre estos amigos de Roy que le sirven de banda de acompañamiento están Bruce Springsteen, Tom Waits, K.D. Lang (con la que este mismo año graba en plan dueto Crying), Elvis Costello, Jackson Browne, Bonnie Raitt, J.D. Souther, Jennifer Warnes y algunos más.

Pero no era posible que Roy disfrutase mucho tiempo de buena estrella. Cuando le estaba yendo tan bien, va y palma repentinamente de un ataque al corazón el 6 de diciembre de 1988 en el hospital de Hendersonville (Tennessee), después de quejarse de dolores en el pecho en casa de su madre. Tiene 52 tacos.

Editado a título póstumo en 1989, su álbum Mystery girl se convierte en el de mayores ventas de su carrera. Dos de las canciones de este LP se convierten en hits del Top Ten: You got it (escrita por sus colegas Tom Petty y Jeff Lynne) y I drove all night. En 1992, Virgin saca al mercado King of hearts, una recopilación de temas inéditos.

Orbison murió hace ya trece años y pico, pero su estrella sigue brillando con fuerza en el firmamento del Rock & Roll. Y así será mientras existan tocadiscos, cassettes, reproductores de CD o lo que quieran inventar para escuchar música.

Roberto Blanco Tomás.
Publicado en la revista electrónica "Cuantoyporquetanto", en 2002.

Gene Vincent

Casi nada. The Catman (El Hombre Gato); el gato salvaje de Norfolk. Gene Vincent fue, junto a Eddie Cochran, uno de los rockeros más macarras del universo del Rock & Roll. Las niñas se derretían por el guaperas de Elvis, pero los Rockers idolatraban a Vincent y a Cochran. GeneVincent fue pionero en usar el cuero negro como elemento distintivo de su imagen, lo que también le valió el apodo de Príncipe Negro. Otros, por su parte, se referían a él como un Hamlet de cuero negro, por su imagen de atormentado, algo que estaba muy de moda en el cine de aquella época con tipos como James Dean o Marlon Brando. Y tenía motivos para atormentarse, porque lo cierto es que a Gene Vincent la vida le fue dando una hostia tras otra hasta el final.

Pero para llegar al final hay que empezar por el principio: Eugene Vincent Craddock nace el 11 de febrero de 1935 en Norfolk (Virginia), en el seno de una familia pobre. Su primer contacto con la música lo efectúa a través del Gospel, aunque pronto aumenta su interés por los sonidos negros cuando descubre el Blues, según una amigo suyo, a los 12 años. El joven Gene iba paseando por Norfolk cuando vio a un cantante callejero aporreando un bidón y cantando algo así como lula lula lula (muchos estudiosos del Rock han creído ver aquí el origen de Be-bop-a-lula, su canción más conocida).

Nuestro protagonista se enrola voluntario en la marina a los 17 años, en busca de emociones y de ver mundo, y surca durante cuatro años todos los mares del planeta. Compra su primera guitarra en Nápoles, con la que se entretiene en sus ratos libres. Pronto da pequeños conciertos a sus compañeros, tocando temas Country y Blues. En 1955 es destinado a la base de Norfolk como mensajero en moto. Un día, es embestido por una mujer al volante de un Chrysler, causándole una rotura de fémur en la pierna izquierda que le manda al hospital. En los largos meses de convalecencia mata el rato practicando con la guitarra. A finales de año es licenciado y obtiene una pensión vitalicia. Este dato es importante porque Gene, al tener la vida resuelta en lo económico, se decide a intentar abrirse camino en la música.

Nuestro héroe acude a los estudios de la emisora radiofónica local WCMS, donde le conceden un show y una banda de acompañamiento, aunque sus miembros, gente de Country, no pillan la historia al toque Blues de Gene. Por esta época, el Gato Salvaje conoce a un grupo de Norfolk llamado The Virginians, con los que hará la transición del Country al Rockabilly. La banda se rebautiza como Gene Vincent and The Blue Caps, eligiendo este nombre porque siempre salen a actuar con gorras de visera azules. La banda está compuesta, en esta primera formación, por Cliff Gallup (guitarra), Jack Neal (bajo) y Dickie Harrell (batería).

En marzo de 1956, tras el exitazo de Heartbreak hotel, de Elvis, llega a Norfolk un paquete de artistas de la Sun Records encabezado por Carl Perkins. Durante el concierto, el Sheriff Tex Davis, disc-jockey local amiguete de Gene, pide a Perkins que deje tocar un par de temas al chaval. Vincent canta Be-bop-a-lula, con la que recibe una cerrada ovación del público. Carl Perkins no se impresionó demasiado, pensando que tal reacción del respetable se debía a que Gene jugaba en casa. El que sí quedó impresionado fue el Sheriff Tex, que ya, totalmente convencido de la valía de Vincent, contactó con Ken Nelson, uno de los directores artísticos de la Capitol. El momento es cojonudo: Capitol, envidiosa del triunfo de RCA con Elvis, quiere algo parecido. Gene graba varios temas con sus Blue Caps y Davis manda la maqueta a Nelson. En la Capitol gusta y ya se frotan las manos pensando que tienen a un nuevo Elvis. Para asegurar el éxito, la discográfica contrata a varios músicos profesionales: Harold Bradley, Bob Moore y Buddy Harman. Por otra parte, Gene y sus Blue Caps, que no tenían ni idea de las intenciones de la discográfica de sustituirles, cogen un avión para Nashville. Cuando llegan y se enteran de la movida, Gene es terminante: o graba con su banda o va a grabar Rita la cantaora. Como Rita la cantaora no toca Rockabilly, el productor cede y, entre los días 4 y 5 de mayo, graban Be-bop-a-lula, Race with the devil, I sure miss you y Woman love, en las que destacan la sugerente y a la vez salvaje voz de Vincent y la afilada guitarra de Cliff Gallup, dando rienda suelta a unos punteos de los de poner la piel de gallina.

El 2 de junio aparece el primer single del grupo, con Woman love en la cara A y Be-bop-a-lula en la B, pese a que Gene había insistido en que se invirtiese el orden. Las primeras semanas nadie se fija en el disco, hasta que a un disc-jockey se le ocurre pinchar la cara B. La respuesta no se hace esperar: la canción corre de emisora en emisora y el 10 de julio entra en el Top 20. Vincent se acaba de convertir en una estrella de las que cobran 1.500 pavos por actuación. Inmediatamente pide a los Blue Caps que dejen sus trabajos y se conviertan en una banda profesional. Empiezan a recorrer el país haciendo bolos y apareciendo en la tele y, paralelamente, comienza a forjarse la leyenda de rebeldía que acompañará al grupo para siempre. En uno de los shows, las fans asaltan el escenario tratando de desnudar a la banda, que pasa la noche en los calabozos de la comisaría, custodiados por la poli. El suceso salió, obviamente, en todos los periódicos y, desde ese día, artistas carcas como Pat Boone o Andy Williams se niegan a actuar después de Gene Vincent.

En agosto, durante una gira de Gene con Johnny Burnette y Lillian Briggs, la Capitol decide sacar un LP. Vincent no tiene casi tiempo para escribir nuevos temas entre concierto y concierto, por lo que el disco ha de ser completado con versiones de temas clásicos como Ain´t she sweet, aunque también se incluye una canción que Ken Nelson había encargado al compositor de Nashville Jerry Reed, titulada Crazy legs. Cuando el disco sale al mercado es duramente criticado por muchos periodistas musicales a los que escandalizaba Vincent, pero estos capullos no consiguen evitar que el plástico se venda dabuti. Tan dabuti que los Blue Caps son contratados para aparecer,junto a Little Richard, Fats Domino y Eddie Cochran (del que se hace muy coleguita) en la peli The girl can´t help  it.

Pronto empiezan a pirarse del grupo algunos Blue Caps: Cliff Gallup y el recién incorporado W.W. Williams son sustituidos por Paul Peek y Russell Wilaford, aunque, antes de esto, Cliff aún participa en un nuevo LP, que consagra definitivamente al grupo entre los grandes. Tras el LP siguen las giras, que agotan a la banda hasta el punto de que a Gene le vuelve a molestar su vieja herida y tiene que ingresar en un hospital en enero de 1957. Los matasanos le advierten de que, si no deja de actuar, su pierna va a sentirlo. Evidentemente, Gene no les hará ni puto caso. Mientras el Príncipe Negro está en el hospital, los Blue Caps perfeccionan su puesta en escena algo tiesos de viruta, ya que las actuaciones en directo son la principal fuente de ingresos de un grupo. Gallup y Williams se van definitivamente y entran otros dos estupendos músicos: el bajista Bobby Lee Jones y el guitarrista Johnny Meeks. El sonido de la banda, que hasta la fecha era una mezcla de instrumentos eléctricos y acústicos, se electrifica por completo. Finalmente, se incorpora a los Clapper Boys, dúo formado por Tommy Facenda y Paul Peek, que se encargarán de los coros.

En mayo vuelven las giras, pero ahora a lo grande, con un coche particular, un road manager y un vestuario cantoso que te cagas. Gene sigue con un dolor terrible en la pierna y, al mes siguiente, vuelve al hospital para que le coloquen una placa. Tras el alta, nueva grabación, ya que llevan 8 meses sin pisar el estudio. Graban algunos temas para el tercer LP, como Lotta lovin´, Wear my ring o I got it. En septiembre sacan un single con los dos primeros, que llega al número 12. En verano se van de gira con Jerry Lee Lewis, Little Richard y Eddie Cochran, y en septiembre viajan a Australia con Lewis y Cochran. De vuelta a EE.UU. la cosa sigue viento en popa y a toda vela, con giras apoteósicas y aparición en el show de Ed Sullivan para promocionar un nuevo single: Dance to the bop, éxito también. Hay un nuevo cambio en la banda: Peek, que además de los coros tocaba la guitarra rítmica, pasa al piano, sustituyéndole a las seis cuerdas Max Lipscomb, de 17 años.

A principios de diciembre van a Hollywood para una nueva sesión de grabación. Una vez allí, Vincent regala a todos los miembros del grupo los últimos modelos de sus instrumentos fabricados por Fender y, con ellos, graban 14 nuevos temas. Se hace una selección con ellos (en la que se encuentran Baby blue, I got a baby y Brand new beat) y se edita un nuevo LP: Gene Vincent rocks and The Blue Caps roll, acompañado por unos cuantos singles.

Más cambios: Lipscomb deja el grupo para terminar sus estudios y Peek y Facenda deciden intentarlo en solitario. Harrell deja la música por el matrimonio, sustituyéndole un batería mexicano quinceañero: Juvey Gómez. Pero el fichaje estrella del equipo es el pianista Clifton Simmons, un músico profesional de la hostia que es capaz de tocar lo que le echen y con experiencia como arreglista y compositor, que escribirá para el grupo, por ejemplo, la preciosa The night is so lonely. Al mismo tiempo, los Blue Caps son contratados para intervenir en la peli Hot Rod Gang y Gene tiene que llamar a Peek y a Facenda, que acuden prestos al rescate. Nada más terminar el rodaje empiezan las sesiones de grabación del cuarto LP: A Gene Vincent record date, con la colaboración especial de Eddie Cochran, que hace coros en varios temas. Sigue un nuevo single, Baby blue, que no tiene resonancia. La crítica musical, que se la tiene jurada a Gene, al que tilda de antisocial y de peligroso, está dispuesta a hundirle y boicotea todos sus temas. Durante los meses siguientes, los últimos Blue Caps originales dejan la banda y Vincent reorganiza lo que queda, aunque ya nunca volverá a ser una formación fija (por ejemplo, uno de los músicos que entraban y salían era D.J. Fontana, el batería de Elvis). Tras una gira chunga por Canadá a principios de octubre de 1958, se vuelven a reunir para grabar 21 temas, entre los que sobresalen el chuckberryano Maybellene y Over the rainbow, siendo la última vez que Vincent y los Blue Caps graban juntos. Los músicos, que sacaban poco de las ventas de discos en comparación con el cantante, dependiendo económicamente de los conciertos, estaban sin un duro tras unos meses sin tocar apenas, mientras que la pierna de Vincent no le dejaba hacer muchos bolos. A esto hay que sumar el boicot del mundo del espectáculo y el hecho de que la Capitol no era generosa con los disc-jockeys. Los Blue Caps estaban tocados y hundidos. Fin de la partida.

Un día, Gene citó a los músicos para pagarles los pavos que les tocaban por los últimos discos, pero no apareció. Se las había pirado a Alaska con el dinero y una chati (a Gene siempre le tiraron más dos tetas que dos carretas). Le localizaron meses después y le denunciaron. Como consecuencia de esto se le retiró el permiso de trabajo, con lo que ya no podía tocar en EE.UU. y tenía que irse fuera por narices. En 1959 realiza una gira por Japón y el Extremo Oriente y graba un nuevo LP, Crazy times, en el que colabora el batería Sandy Nelson. Nuestro prota se da cuenta de que sólo podrá seguir siendo una estrella en Europa, así que se instala en Inglaterra y realiza giras periódicas por el continente hasta que, en 1960, sufre el accidente en el que muere su colega Eddie Cochran. Gene se hunde totalmente. Cuando intenta volver a la música, el Pop británico ha cambiado el escenario por completo. En los '60 vive de apariciones en directo en Europa, mientras graba material Country en EE.UU. En esta época grabará en multitud de pequeños sellos como Buddah o Kamasutra. Va perdiendo encanto, engordando y alcoholizándose gradualmente. Se convierte también en un habitual de las crónicas de tribunales por problemas legales y disputas económicas con sus ex-esposas. En 1968, aprovechando el auge del revival rocanrolero, intenta volver a triunfar en EE.UU., pero fracasa. Ya en esta época, el alcohol le ha hecho irritable e introvertido. Muere sólo, triste y olvidado el 12 de octubre de 1971 en Los Angeles, a los 36 años, a causa de una úlcera de estómago. La mala suerte le persigue hasta después de muerto: siempre quiso ser arrojado al mar, pero las leyes norteamericanas exigen en esos casos que el cadáver sea previamente incinerado, cosa que repugnaba a Vincent, por lo que no se pudo cumplir su última voluntad.

Y aquí acaba la historia del más macarra entre los macarras. Pero sólo la historia; su música perdurará para siempre. Gene Vincent, I sure miss you.

Roberto Blanco Tomás.
Publicado en la revista electrónica "Cuantoyporquetanto", en 2001.